sábado, enero 13, 2007
El hombre y la mancha
Hay hombres que tienen vidas no muy largas. Hay países cuya historia se emborrona. Y hay hombres cuya vida se emborrona a la vez que sus países. Después, y sólo de vez en cuando, surgen hombres a los que nada ni nadie pueden emborronar. Por lo general, hombres de vidas cortas que observan como la historia juzga que ha llegado la hora de manchar el mundo.
Embajadores en Madrid huyeron ante el vuelo de un aguila que poco poco se adueñó de España y de su memoria. Diplomáticos poetas, cuya poesia no era lo bastante diplomática para no llorar por la piel de un toro herido. Que después fueron ministros allá donde el comunismo recobró el sentido que Stalin y compañia le negó.
Hombres que mueren en lugares donde un gol es pura alegría. Balas que entierran cuerpos pero no palabras. Cruel destino al que dictadores de bigote fino condenaron.
Pinochet ha muerto, y ojalá, (parafraseando a uno de estos hombres), estás sean las últimas líneas que yo le escribo.
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2 comentarios:
Yo no me alegro de la muerte de nadie, soy demasiado sensiblera y frágil para pensar tan friamente... pero la verdad es que a quien como a Pinochet la vida no le dio su merecido, al menos la muerte parece que empieza a darselo, no?
No, la muerte de alguien no me alegra, Aunque tampoco creo que sea una manera de hacer justicia. Es más un consuelo el que un tipo como este ya no pueda hacer daño a alguien. Lo importante creo sería que no se le disculpará sino que la historia lo recuerde como fue, no vaya a ser que dentro de 50 años este tipejo sea también un filantropo de la democracia organica.
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